Marcel Proust (1), Los setenta y cinco folios y otros manuscritos inéditos
La brecha de la percepción estética ft. Adorno.
El que dijo que todos los caminos conducen a Roma, es porque no había leído a Proust. Todo lleva a Proust, incluso mi querído Adorno.
Este estudio publicado recientemente por Lumen trata sobre los manuscritos inéditos que Proust escribió previamente a la publicación de su obra más conocida, En busca del Tiempo Perdido. Lo guay de los manuscritos es que podemos ver la construcción de la obra que, como es sabido, fue bastante poco ortodoxa. Proust compuso la obra prácticamente con recortes, moviendo fragmentos aquí y allí, hacíendo casi honor a eso que W. Benjamin más adelante nos hará ver como constelación. Un escribir fragmentario que identifica igualmente una forma de pensar fragmentada.
En cualquier caso, me gustaría comentar un framento del f.40-1 (p.371). En este, como bien nos cuenta la autora del estudio, podemos ver el "fenómeno de la no coincidencia de las impresiones" y que aparentemente tiene origen en otro de los textos de Proust, el Jean Santeuil. Dice así:
Y eso que los filósofos dicen también que cada una de las pequeñas alegrías, de los acontecimientos más simples de ese pasado, los demás no los han sentido como nosotros, que no hemos podido entrar en su modo de sentir ni ellos en el nuestro, esa idea que infunde a veces una sensaciónde asilamiento tan triste en quienes reflexionan sobre el tema, ¿no es acaso lo que termina de darle a nuestro pasado ese carácter único que hace que nuestros recuerdos sean para nosotros obras de arte que ningún artista, por muy grande que sea, podría imitar, y que solo puede jactarse de incitarnos a contemplar en nosotros mismos?
En este sentido, no puedo evitar pensar en la teória estética de Adorno. Sí, otra vez. No puedo escapar de ella aún, pero lo haré. Buen conocedor de Proust como era, parece lógico a raíz de este fragmento, que Adorno desarrollara uno de los puntos principales de su teória relacionando esto con el valor de la mercancía que, evidentemente, tiene sus raices en la crítica Marxista al capital:
Dira en Theodor W. Adorno (1983). Teoría Estética. Orbis: Barcelona, p. 31:
[...] Lo que realmente se consume en estas nuevas mercancías culturales es el carácter abstracto de su ser-para-otro, sin que realmente esas mercancías sean para otro. […]
Es decir, que lo que nos gusta del arte y estas cosas no es ver, pensar o hablar de arte en términos estéticos, sino posicionarnos en qué es el arte, o una obra concreta, en lo que los otros dicen de él o ella. Identificarnos con un discurso del arte concreto, que además forma parte de un discurso cultural ya mercantilizado.
Todo aquello que las obras de arte cosificadas ya no pueden decir, lo sustituye el sujeto por el eco estereotipado de sí mismo que cree percibir en ellas.
El arte que nos gusta es aquel en el que resonamos. La obra da igual, solo importa lo que de nosotros vemos en ella. Cómo nos vemos nosotros, en un sentido identitario, es otro melón.
Añade en Th. W. Adorno (1977). Crítica de la cultura y la sociedad II. Intervenciones Entradas. Madrid: Akal, p. 506:
[…] el "yo opino" no restringe el juicio hipotético, sino que lo subraya. Cuando alguien proclama una opinión desacertada, no corroborada por la experiencia, no reforzada por reflexiones, como su opinión, le confiere […] mediante la relación con él mismo como sujeto la autoridad de la confesión.
La idea respecto a la precepción y el jucio estético es simple. Da igual lo que tú sientas estéticamente porque yo nunca podré igualarme a ese sentimiento. No voy a ver lo que ves de ti mismo en la obra de arte. Por lo tanto, la única forma de compartir o hablar de cualquier materia en la que la subjetividad estética está presente es a través de los hechos empíricos y, principalmente, históricos. Sin caer en esa especie de descriptivismo, se trata, desde mi punto de vista, de comprender su desarrollo. Cómo y por qué surgen esas obras, en qué contexto, etc. A partir de ahí, comparte tus reflexiones, pero dale la posibilidad a la gente de seguirlas en base a hechos.
Para dejarlo claro, no es que no se pueda disfrutar de esas sensaciones tan metafísicas y meta-cosas y meta-todo, sino que es complicado hacer entender a eso a alguien porque son de alguna forma intrínsecas a tu persona. Kant ya lo dijo, el límite es la experiencia. La tuya. Por lo tanto, puedes compartir lo que a ti te hace sentir y lo que quieras, pero no juzgar, limitar o invalidar en base a ello.
Leed a Proust y disfrutad de las cosas como queráis, pero igual podéis no ofenderos cuando a alquien no le gustan Las Meninas.